[Predicado el 8 de diciembre, 2013 en la Iglesia Todos los Santos en Pasadena, CA]
Hay una tendencia en algunas partes de la iglesia a evitar pensar en el Adviento como un tiempo de penitencia. En este segundo domingo de Adviento, es difícil evitar el tema de la penitencia, o el arrepentimiento, porque Juan el Bautista ha aparecido.
Y este gran profeta parece bastante enojado. Él viste ropa de pelo de camello y un cinturón de cuero, y es probable que tenga miel silvestre y trozos de langosta en su barba. Las primeras palabras que dice son “¡Vuélvanse a Dios, [o Arrepiéntanse], porque el reino de los cielos está cerca!”
Su discurso es muy directo desde el principio. Pero entonces sus palabras se vuelven aún más duras: “Raza de víboras! ¿Quién les ha
dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se acerca?” Raza de víboras—palabras fuertes.
Él continúa con su advertencia sobre el juicio inminente de Dios, porque él quiere que su público entienda el tremendo poder de Dios. Como el profeta Isaías antes que él, Juan dice que Dios va a destruir a los malvados y preservar a los buenos.
Algunas iglesias pueden utilizar pasajes como éste para causar miedo en la gente. Ellos presentan a Dios como un juez enojado, y la penitencia consiste en buscar el perdón de Dios por los pecados con temor y temblor.
Por supuesto, otras personas sostienen que este énfasis en la penitencia de Adviento es espiritualmente dañino. Ellos afirman que el Adviento debe ser un tiempo de espera con gozo, un tiempo de espera por el nacimiento del Niño Jesús. El erudito bíblico Marcus Borg escribe que considerar el Adviento como un tiempo de penitencia es un empobrecimiento del Adviento. Hay demasiado énfasis en el pecado y el arrepentimiento y no lo suficiente en temas como la liberación inminente, la luz en la oscuridad, la alegría del nacimiento de Cristo, etcétera.
Creo que hay un gran valor en considerar el Adviento como un tiempo de penitencia. Una comprensión rica y profunda de la penitencia es una fuente importante de iluminación y la liberación y la vida nueva en nuestra relación con Dios.
Voy a explicar lo que quiero decir. Si vemos la penitencia sólo como una conciencia de ser juzgado por un Dios enojado, o una sensación de arrepentimiento doloroso, podemos sentir miedo y vergüenza. O tal vez nos sentimos inadecuados, como si nunca pudieramos estar a la altura de las expectativas de Dios.
Hay otras maneras de pensar acerca de la penitencia. Una forma es a reflexionar sobre nuestra humildad en la presencia de Dios. Juan el Bautista hace esto cuando dice: “Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco llevarle sus sandalias.” El profeta no se critica a sí mismo. Él simplemente está reconociendo la grandeza de Dios y de su humilde posición en relación con Dios. No expresa vergüenza, ni miedo, ni culpa. Más bien, expresa una necesidad de asumir la responsabilidad por el pecado y por nuestra relación con Dios.
Asumir la responsabilidad es otra forma de pensar acerca de la penitencia. No me refiero a decir: “Tengo la culpa” de algo. Quiero decir que aceptamos la responsabilidad por considerar el pecado y la resolución para hacer un mundo mejor. Aún en pequeñas cosas, somos responsables de la paz, de la reconciliación en nuestras propias vidas.
Voy a ilustrar esta necesidad de la responsabilidad y la reconciliación con la historia de una madre y su hija. A veces nosotros, los padres tenemos malos momentos con nuestros hijos. Cuando mi hija estaba en tercer grado, ella comenzó a quejarse de ir a la escuela. Ella se quejaba, y no se vestía. Cada mañana, ella se sentaba delante de la televisión y jugaba con sus muñecas. Yo era una madre soltera, así que tenía que estar lista para ir al trabajo y preparar a mi hija para la escuela, y lavar los platos, y sacar la basura …. Así que estaba muy molesta porque a ella se le estaba haciendo tarde para la escuela, y yo iba a llegar tarde al trabajo.
Una mañana, en particular, mi hija se negó a vestirse. Le dije: “Vístete!” Ella dijo: “¡No!” Le dije: “Vístete ahora!” Ella dijo: “No, yo quiero jugar con mis muñecas!” Yo estaba tan enojada que agarré su nueva muñeca Barbie y la tiré en el suelo. La cabeza de Barbie se rompió. Y mi hija gritó, “Aaaaaah!”
Las dos estábamos muy atrazadas esa mañana.
Me sentía muy mal. Me sentía como la peor madre del mundo. Y estaba segura de que mi hija se sentía mal también. Mi hija se vistió, y yo la llevé a la escuela. Cuando salió del coche, me empecé a alejar. Pero ella no empezó a caminar a la oficina de la escuela, y yo tenía miedo de que ella corriera a la casa después que yo me fuera. Así que me devolví, y ella entró corriendo a la escuela.
Después del trabajo, llevé a mi hija a Toys R Us, y le compré una muñeca nueva, y le pedí disculpas por lanzar la muñeca y romperla. Ese fué el comienzo de la reconciliación. También quería saber por qué, de repente, no quería ir a la escuela. Entonces ella me dijo que algunas chicas de la escuela le dijeron que había fantasmas en el baño, y ella tenía miedo de ir a ninguna parte cerca de los baños después de eso. Finalmente entendí su reticencia en las mañanas. Le hablé sobre la importancia de ir a la escuela. Yo le dije que yo tenía una responsabilidad legal de llevarla a la escuela. Ella tenía la responsabilidad de ir a la escuela. Y yo tenía la responsabilidad de ir a trabajar. Y ambas teníamos la responsabilidad de ser honestas una con la otra.
Mi hija dijo que lo entendía. Fué un momento importante de la reconciliación entre nosotros.
Le pregunté: “¿Podemos empezar de nuevo?” Y ella me dijo que sí. Con los años, cuando hemos tenido un malentendido o discusión, nos preguntamos una a otra: “¿Podemos empezar de nuevo?”
Cuando llegamos a estos momentos de reconciliación, experimentamos una iluminación, una sensación de bienestar, un sentimiento de liberación. Adviento es una invitación a todas estas cosas—no sólo un tiempo de penitencia, ni sólo un tiempo de luz en la oscuridad, ni sólo un experiencia de liberación, pero la posibilidad de todos estos tiempos. Esta posibilidad hace del Adviento una temporada rica y profunda.
Adviento es el comienzo del año eclesiástico. Y es una oportunidad de ver en nuestras vidas, nuestras relaciones con los demás y con Dios, y tiempo para preguntar: “¿Podemos empezar de nuevo?”
Adviento no nos obliga a bañarnos en la culpa. No nos obliga a eliminar todo el mal de nuestras vidas. Eso no es posible. Incluso Jesús no eliminó todo el mal del mundo o sanó a todos los enfermos durante sus años de ministerio. Pero mientras esperamos el nacimiento del Príncipe de la Paz, podemos aceptar la responsabilidad de ser constructores de paz. De ser las fuentes de reconciliación, incluso en muy pequeñas formas, en nuestras vidas.
También podemos aceptar la responsabilidad de nuestra relación con Dios. Un sentido de asombro y admiración y humildad acerca de la inminente aparición del Niño Jesús no nos exige temer al juicio de un Dios enojado. En respuesta a aquellos que se oponen al Adviento como un tiempo de penitencia, el famoso predicador David Bartlett escribe sobre el Adviento, “Tal vez la iglesia puede rendirse al juicio, pero no podemos rendirnos a la responsabilidad.”
Con el fin de asumir la responsabilidad, debemos tomarnos nuestro tiempo. Mi mañana desastrosa con mi hija occurió porque yo estaba apurada. No tenía tiempo para sentarme y hablar con ella. Cuando tomé el tiempo para entender el problema de mi hija en la escuela, yo fuí capaz de hacer la paz con ella.
Y lo mismo ocurre con nuestras relaciones con Dios. Debemos tomarnos nuestro tiempo para escuchar a Dios, para hablar con Dios, para reflexionar sobre las cosas que van bien y las cosas que no van bien en nuestra relación con Dios. Podemos gritarle a Dios! Podemos pedirle perdón a Dios. Incluso podemos reírnos con Dios. Podemos empezar de nuevo con Dios.
Dios no quiere que vivamos en tristeza y culpa. Miren el efecto de la penitencia de Juan el Bautista! Él está apasionado, valiente, sin miedo. Él se enfrenta a los funcionarios corruptos de su comunidad. Al mismo tiempo, él es humilde ante Dios y Jesucristo. Parece paradójico, pero la verdadera humildad ante Dios es una gran fuente de poder y fuerza y confianza. Pero no es poder, o fuerza, o confianza basado en nuestros propios egos o deseos. Es una fuerza interior que viene de una revelación de nuestro verdadero ser en la brillante luz de Dios.
Descubrimos que Dios desea verdaderamente esta estrecha relación con nosotros. Lo único que nos mantiene lejos de Dios es nuestro propio miedo por lo que pueda pasar si nos acercamos más a Dios. ¿Qué pasará si nos quejamos a Dios, si tenemos una rabieta, si cometemos un gran error? ¿Qué va a pasar si nos sumergimos en el río con Juan el Bautista?
¿Qué va a pasar si nos sumergimos en el río con Jesucristo?
En unas pocas semanas, estas preguntas no tendrán importancia. Dios no va a esperar a que enfrentemos y desechemos nuestros miedos. Dios vendrá a nosotros como un niño pequeño, vulnerable, y nos preguntará: “¿Podemos empezar de nuevo?”
Digamos que sí.
Janine, me gusto mucho! Gracias por compartir!
De nada! Gracias por la oportunidad de predicar. Es un privilegio.